Me senté a su derecha, del lado de la ventana. Su perfume me contó un par de secretos y arranqué el laburo. Le hice ver sus propios ojos, y le enseñé a manejarlos. Automáticamente cambió la expresión de su cara y su humor estalló. Entre sonrisas y comentarios un poco gratuitos, se dio cuenta que me iba a necesitar.
Y que iba a tener que hacer una inversión.
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